Hacía mucho frío y cada ráfaga de viento que me pegaba en la cara me convencía más y más de que mi decisión de hacer esta excursión en barco era una locura. Aunque la gente del barco me trataba con amabilidad, se notaba que se estaban preguntando por qué no me habría quedado tomando chocolate caliente y permitiendo que ellos hicieran lo mismo. Pero, en fin, ahí estaba yo, super abrigada, con guantes, gorro, bufanda, tres pares de calcetines y tiritando mientras el barco dejaba el puerto y navegaba hacia el Fin del Fin. Y aunque el paisaje helado y lluvioso no daba para pensamientos felices, en ese momento no imaginé cómo iba a terminar ese viaje...