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Lo que no le contaron sobre las BIEs: entre la normativa y la verdad de los pasillos
Mire usted, si algo nos gusta en este país es poner cartelitos, señales, tubos rojos y pensar que, con eso, ya está todo solucionado. Pero no. Las Bocas de Incendios Equipadas (BIEs) no son un decorado, ni una pieza ornamental en los pasillos de centros comerciales, hospitales o garajes. Son, o deberían ser, un instrumento de primera intervención vital cuando el fuego hace de las suyas. El problema, como casi siempre, es que nos quedamos en la superficie, en lo que se ve... y lo importante está en lo que no se ve.
Para el profano, una BIE es ese armario rojo que suele estar cerrado con cristal, con una manguera enrollada, una boquilla metálica y, en ocasiones, una llave o manómetro. Para los que conocen el asunto, es una herramienta de intervención inmediata, de esas que pueden marcar la diferencia entre el susto y la tragedia.
Existen dos tipos: las BIE de 25 mm y las de 45 mm. La diferencia está en el diámetro de la manguera, en su manejo y en su aplicación. Y aquí viene lo interesante: la de 25 mm, más ligera y manejable, está pensada para que pueda ser utilizada por cualquier persona presente durante los primeros instantes del incendio. Eso sí, siempre que alguien sepa cómo utilizarla. Que esa es otra.
Hay algo que no podemos ignorar: la ley. Esa señora que aparece cuando las llamas ya han devorado media instalación. El Reglamento de Instalaciones de Protección contra Incendios (RIPCI) y el Código Técnico de la Edificación (CTE) son los que mandan. Pero, como en todo, lo que se dice y lo que se hace... no siempre coincide.
Un punto especialmente crucial es la distancia entre BIEs. Sí, esa medida que, si no se cumple, convierte a la instalación en un adorno costoso y poco funcional. La normativa exige que la distancia entre bies no supere los 50 metros, asegurando que en cualquier punto del edificio se pueda acceder rápidamente a uno de estos equipos.
Pero vaya usted a ver cuántas instalaciones cumplen de verdad con esa medida. En muchos casos, o hay demasiadas y sobran, o hay tan pocas que, cuando el fuego aparece, no se llega ni corriendo. Y eso, amigo lector, no es un detalle menor.
Ahí llegamos al corazón de la cuestión: la BIE 25 mm. Es la más común en edificios de oficinas, centros educativos y zonas comerciales. Por su manejabilidad y peso ligero, es la preferida cuando se piensa en una intervención por parte de personas no profesionales. Pero claro, como todo en esta vida, lo barato puede salir caro si no se instala correctamente o si se olvida que requiere revisiones anuales y mantenimiento exhaustivo.
Seamos claros: una bie 25 mm mal mantenida es como tener un extintor de pega. Sirve para la foto, pero no para apagar nada. Revisiones cada 12 meses, comprobación de presión, estado de la manguera, de la válvula, del armario... y alguien que de verdad sepa cómo y cuándo usarla.
Y es que ahí está: la boca de incendios. Presente, silenciosa, resignada a no ser abierta jamás. Las vemos cada día. Pasamos junto a ellas en pasillos de centros comerciales, universidades, hoteles… y nadie las mira. Pero el día que hacen falta, se convierten en la última frontera antes del desastre.
Ahora bien, ¿cuántas veces están bloqueadas por carritos de limpieza, muebles, cajas o incluso decoraciones navideñas? ¿Cuántas veces ese armario rojo ni siquiera tiene acceso libre? Una boca de incendios sin acceso rápido es como un paracaídas guardado en el maletero: inútil.
Una BIE no es solo una manguera enrollada y una válvula. Es un conjunto de elementos que deben funcionar como un reloj suizo: carrete, válvula de apertura, lanza, manómetro, manguera, señalización y armario. Si uno falla, todos fallan. Y si fallan todos… mejor no imaginarlo.
Los técnicos especializados saben que cada elemento debe ser revisado, presurizado y probado. No basta con mirar por fuera o dar un golpecito al cristal. Hay que actuar, simular, medir, corregir.
Colocar una boca de incendios no es pegar un mueble a la pared. La ubicación estratégica es fundamental. Cerca de salidas de emergencia, escaleras, accesos principales. Nunca detrás de una puerta, nunca en esquinas sin visibilidad, nunca en zonas que requieren llaves especiales para acceder.
Y no lo decimos por decir. En más de una auditoría técnica nos hemos encontrado con verdaderos atentados al sentido común: BIEs instaladas en tramos de escalera sin iluminación, otras en zonas cerradas con llave, algunas incluso colocadas detrás de puertas batientes. Como si fueran un secreto.
Aquí llega el punto flaco de todo el asunto: el mantenimiento. Porque sí, colocar la BIE está muy bien. Pero mantenerla, probarla y asegurar que funciona, es otra historia. Y aquí fallamos todos: administradores, empresas, comunidades y usuarios.
Un equipo de protección contra incendios es como un seguro de vida: lo mejor es no tener que usarlo nunca, pero si lo necesitas, tiene que estar al 100%. No al 80%. Ni al 95%. Al 100%.
Por eso, una revisión trimestral visual, una semestral técnica y una anual certificada son más que recomendables. Son imprescindibles. Y deben ser llevadas a cabo por profesionales acreditados. Nada de improvisaciones ni chapuzas de última hora.
Y llegamos a la parte que nadie quiere asumir: formar al personal. De nada sirve una instalación perfecta si nadie sabe qué hacer cuando suena la alarma. Un protocolo claro, simulacros, instrucciones visibles y, sobre todo, práctica. No basta con colgar un cartel. Hay que implicar a la gente, darles herramientas y seguridad.
Porque el fuego no avisa. Y en los primeros minutos, lo que se haga —o no se haga— marca la diferencia.
Es una herramienta que salva vidas. Pero solo si se instala correctamente, se mantiene con rigor, se revisa con frecuencia y se utiliza con conocimiento. Las BIEs de 25 mm, la correcta distancia entre BIEs, la boca de incendios visible y operativa… todo cuenta. Todo suma. Y todo puede fallar si nos relajamos.
Si usted gestiona un edificio, un negocio o una comunidad, mire bien esas cajas rojas. Porque quizás, un día, sean lo único que se interponga entre la vida y la tragedia.